martes, 4 de octubre de 2011

La Gioconda, el robo más grande de la historia

Hace 100 años, el 21 de agosto de 1911 se produjo el hurto de pinturas más famoso de todos los tiempos. Las "víctimas" fueron el Museo del Louvre y La Gioconda, el famoso retrato de Leonardo Da Vinci. ¿El autor intelectual? Un argentino.


Por Martín Ungaro

Para quienes no la hayan leído (o para quienes deseen recordarla) es recomendable repasar la novela "Valfierno", de Martín Caparrós, quien relata con su estilo único un caso espectacular de robo que se concretó a comienzos del siglo XX, en el Museo del Louvre. El hurto de "La Gioconda" fue en sí mismo una obra de ingenio ejecutada por un operario italiano de capacidades limitadas y pensada, al parecer, por el hijo de una sirvienta que, primero en Buenos Aires y luego en París, se constituyó en "un personaje de la gran sociedad" durante la Belle Époque, hasta transfigurarse en el marqués Eduardo de Valfierno.

La Gioconda, también llamada Mona Lisa, se evaporó del Salón Carré del Louvre, donde compartía cartel con otros cuadros del Renacimiento, el 21 de agosto de 1911, en el que todavía hoy está considerado como el "robo de arte más importante de todos los tiempos", aunque no se conozcan bien sus motivaciones. El autor material del atraco, el inmigrante italiano Vincenzo Peruggia, era entonces un ex empleado de limpieza del museo y, durante el juicio al que fue sometido, fue declarado por un tribunal francés "mentalmente deficiente".

De acuerdo con las actas del juicio, Peruggia había realizado meses antes del hurto un marco protector para esconder la obra y conocía a la perfección las debilidades que presentaba la seguridad en el museo por su experiencia como ex empleado de limpieza, algo que no se condecía con sus capacidades intelectuales.

El domingo 20 de agosto de 1911, antes de que cerrara el Louvre, el italiano se escondió en un armario y permaneció allí hasta el lunes, día en que la pinacoteca mayor de París estaba cerrada. De esa forma, pudo confundirse con el personal de limpieza que acudía por la mañana, se dirigió al salón Carré, descolgó La Gioconda y salió caminando por una puerta lateral del museo. Tan simple como eso: no necesitó ni un arma, ni un ardid mayor.

Dos días después, los diarios franceses daban la alarma en el mundo entero y el país caía en un estupor digno de releer. El diario "Le Fígaro" aseguró en un editorial que el robo "sobrepasa la imaginación. Tal ocurrencia parece al principio tan enorme que uno se siente tentado a reír como si se tratara de una mala broma". La policía francesa, a todo esto, elaboró una lista de sospechosos a los que interrogó para placer del público y risa de toda la intelectualidad. El español Pablo Picasso fue señalado como el primer sospechoso sólo porque trabajaba en una de sus "copias" en el museo, pero no hubo acusación formal. El escritor Guillaume Apollinaire fue imputado y detenido por su estilo rimbombante de reírse del hurto, pero a los pocos días resultó absuelto. Hasta el empleado de limpieza Vincenzo Peruggia fue interrogado y liberado porque no despertaba ninguna sospecha, dado su carácter "limítrofe". Las policías de todo el mundo buscaban la Mona Lisa entre los coleccionistas del mundo, pero el retrato se hallaba en París, encerrado en un baúl, bajo la cama del departamento del italiano, a sólo 30 cuadras del Louvre.

La estafa. La anécdota más fabulosa del caso indica que el autor intelectual del robo fue el supuesto aristócrata Eduardo de Valfierno. Peruggia habría hurtado La Gioconda con el objetivo de que el famoso realizador de copias Yves Chaudron, un maestro de la imitación, realizara seis versiones falsas y el argentino las vendiera por 300.000 mil dólares a coleccionistas norteamericanos. Una vez efectuada la trampa, a Valfierno le importó poco el destino del cuadro de Leonardo y le pidió a Peruggia que lo mantuviera escondida hasta que lograra vender las falsificaciones. El punto flojo de esta versión es que el propio Valfierno le contó la historia a un periodista en 1914, bajo la condición que no la revelara hasta su muerte. Probablemente haya sido un cuento para ganar el prestigio que no había logrado en vida.

Lo cierto es que, cuando la policía francesa no tenía ni la menor idea y el cuadro había sido dado por perdido, Peruggia viajó a Florencia y se presentó ante un comerciante de antigüedades y benefactor de la Galería de los Oficios, a quien le aseguró que le devolvería a Italia su "legítimo patrimonio". Cuando el especialista caminó hasta la pensión en que se había alojado Peruggia creyó que su interlocutor era un vulgar estafador y que quería entregarle una copia de La Gioconda, pero se cayó de espaldas.

El marchante aseguró en el juicio que "mientras estábamos parados, el hombre abrió un baúl lleno de pertenencias desechas. Después sacó un objeto envuelto en una tela roja y, para nuestro asombro, apareció la divina Gioconda, intacta y bien preservada". Como consecuencia de esta temeraria maniobra, Peruggia fue apresado el 13 de diciembre de 1913 y la Mona Lisa volvió a París en enero de 1915.

Durante el proceso, el empleado de limpieza italiano argumentó que su único objetivo había sido rescatar la obra de Francia. Pensaba que todas las piezas maestras italianas que estaban en el Louvre habían sido robadas por Napoleón. Fue por ese alarde nacionalista que sufrió apenas una condena de 8 meses de prisión, pese a haber sido autor material del robo más importante en perjuicio del Louvre. De Valfierno, nadie supo más nada.
Nota publicada en agosto de 2011 en www.gacetamercantil.com

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