jueves, 17 de noviembre de 2011

Hoguera de las vanidades y el Quattrocento



El "Quattrocento" fue un período de inusual creatividad y lujos desmesurados. Pero un monje benedictino buscó aplacar la vanidad y ordenó quemar el arte "superfluo". Luego lo quemaron a él.

Por Nanu Zalazar

La ciudad italiana de Florencia atravesó en el siglo XV una revolución artística, filosófica e intelectual acompañada de un enorme crecimiento económico, que dio origen al movimiento renacentista. A ese período se lo conoce como el "Quattrocento". El nombre "Renacimiento" surge al retomar los elementos de la cultura clásica griega y reavivar el interés en el hombre como centro.

La concentración del dinero en pocas manos creó en Florencia una nueva manera de ver el arte. Surge un fuerte mecenazgo de parte de familias ricas que apoyaban a muchos pintores, escultores y arquitectos que hacían obras para ellos. Los artistas pierden su existencia anónima y comienzan a transitar el camino de la fama. La familia Borgia, por ejemplo, permitió el desarrollo artístico de talentos de la talla de Miguel Ángel, Leonardo, Tiziano y El Bosco, mientras que los Médici ayudaron a Massaccio, Donatello y Fra Angélico. (Como si se tratara de una estrella deportiva de hoy, muchos eran disputados por distintas "casas": Miguel Ángel fue criado por los Médici pero de grande trabajó para los Borgia).

No obstante, el Renacimiento se desarrolló sólo para las clases acomodadas porque el resto de la población seguía viviendo en la Edad Media, dentro de un sistema feudal.

Los artistas, entonces, pudieron dedicarse a tiempo completo a pintar o a esculpir, a estudiar el comportamiento de la luz y el color, a desarrollar interés por conocer la anatomía y el paisaje. Comenzaron a preocuparse también por perfeccionar la representación de la perspectiva, todo con el fin de crear un mayor realismo en las obras y hacerlas más "creíbles".

A fines de siglo XV el ambiente político de Florencia sufrió grandes cambios: por lo pronto muere Lorenzo de Médici, apodado "el Magnífico", cuya familia obernó la ciudad durante largos tres siglos. Por esos años (circa 1490) regresa a la ciudad Girolamo Savonarola, un monje benedictino que ya había pasado tiempo antes predicando el inminente fin de los tiempos. Cuando llegó, la ciudad se hallaba en medio de un vacío de poder, extenuados los florentinos por las constantes invaciones de reinos vecinos, azotados por una epidemia de sífilis y frente a la cercanía del cambio de siglo, todos factores que ayudaron a que su prédica esta vez sí fuera escuchada.

El mayor de los logros de Savonarola fue convencer al Rey de Francia de que retirara su ejército de 10.000 hombres y que no invadiera ni saqueara la ciudad, que se alejara pacíficamente, lo que instaló al monje en el lugar de líder indiscutido de Florencia.

Savonarola predicaba desde la Catedral de Santa María dei Fiore y su discurso, que se había vuelto menos condenatorio que en sus prédicas anteriores, logró cautivar a muchos florentinos y en particular a un grupo de jóvenes que se fanatizaron rápidamente y salieron a predicar de manera voluntaria.

El monje decía que si se alejaban del lujo, de lo que llamaba objetos de "vanidad" como espejos, peines y obras de arte decorativas con temas que no fueran religiosos, en particular los retratos, Florencia podría transformarse en una nueva Jerusalén y ser el reino de Cristo sobre la Tierra. Los florentinos debían dejar la decadencia en la que estaban sumidos.

La idea de quemar para purificar viene de larga data y Savonarola, para sus propósitos, retoma la idea de Bernardino de Siena, otro monje que ya en la mitad del siglo XV había hecho hogueras en ciudades vecinas para que sus habitantes se desprendieran de artículos lujosos y tomaran la decisión de llevar una vida sencilla. Algunos de los jóvenes seguidores de Savonarola tomaron actitudes más radicales y sus "donaciones" para las "hogueras de vanidades" eran producto del saqueo que ellos mismos realizaban entrando a las casas de una atribulada ciudad.

La hoguera más famosa se produjo en 1497, cuando se quemaron un martes de carnaval miles de objetos que se consideraban pecaminosos, entre ellos varias pinturas de Sandro Botticelli de sus series sobre temas mitológicos que, según refieren algunas crónicas, él mismo entregó para la quema, tras lo cual continuaría su carrera realizando sólo obras con temas religiosos. El lugar donde se produjo aquella famosa y enorme hoguera es recordado aún hoy sobre una piedra en Florencia.

A esta altura, cabe hacerse la pregunta sobre de cuántas obras de arte se habrá privado la Humanidad por seguir las ideas de un monje que, apenas un año más tarde, terminaría siendo acusado de herejía, ahorcado y quemado en el mismo lugar desde donde pretendía imponer a todos una vida ascética.
Nota publicada el 7 de noviembre 2011 en www.gacetamercantil.com

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