miércoles, 14 de julio de 2010

Entrevista a Roger Chartier

"El pasado es un objeto construido por el historiador"
La llegada de las nuevas tecnologías a la industria del libro ha cambiado las gramáticas de producción y recepción del libro. Según Chartier, el historiador se define al saber combinar técnicas clásicas y modernas para abordar su investigación.
Roger Chartier llega a la entrevista acompañado del historiador argentino José Emilio Burucúa, un amigo con quien intercambian y comparten aulas, tesis y gustos por la vida porteña, por la vida parisina. Entonces Chartier se detiene una vez más frente a los anaqueles de la casona de Belgrano donde funciona la editorial Gedisa y se realiza esta charla. Los observa. Mira los lomos de los innumerables libros allí guardados y parece disfrutar de cada uno de esos ejemplares aún sin hojear. Horas después iba a dar su conferencia: "La mano del autor: Archivos literarios, crítica textual y edición" en el Auditorio Malba (con el apoyo de la Universidad Nacional de San Martín) para estimular los sentidos de escritores, críticos y estudiantes que se relacionan con el libro en todas sus formas. Y esto incluye a los soportes electrónicos. Chartier no se asusta, disfruta del aroma de cada libro y de las ventajas de las nuevas tecnologías.

­¿Sigue adquiriendo libros de forma infinita?
­Como decía Umberto Eco, cuando compras una enciclopedia, y tienes el dinero, el problema no es comprarla sino tener un departamento lo suficientemente grande para guardarla. Y para la gente que trabaja en el mundo académico, la producción textual, intelectual es siempre una amenaza. Finalmente los libros te echan de tu apartamento y después van a conversar unos con otros. Pero hay otros problemas más graves. En Francia, en particular, hay editoriales que rechazan publicar los índices onomásticos de los libros. Es una mutilación. También suele haber reticencia para editar los textos que están citados o analizados en su lengua original...

­¿Cuál es la explicación o la excusa de las editoriales para excluir esa información vital?
­El precio del libro. No estamos en el siglo XVIII, cuando la mitad del presupuesto de un libro se la llevaba el papel utilizado. Sin embargo, el número de páginas importa para el precio, y si el precio es muy alto, el público no lo va a comprar en masa. Lo mismo pasa con los periódicos que han reducido los suplementos literarios como Le Monde o Liberation.

­Oprah Winfrey publicita libros en la tv norteamericana y, como consecuencia, esos libros se disparan en las ventas. ¿Qué opina de este tipo de promociones?
­Es algo muy interesante. Los libros comentados, presentados, analizados, discutidos en los medios de comunicación más poderosos están ausentes. Antes, en la televisión francesa, en el programa "Apostrophes" de Bernard Pivot, por ejemplo, había una presencia masiva del libro. Pero todo eso se redujo. Todo tipo de iniciativa al respecto, inclusive un poco espectacular o superficial, que puede ir a contrapelo de esta evolución me parece útil. El impacto del programa de Oprah Winfrey en los EE.UU. contribuye a resistir el olvido del libro. Reconstruir un lugar para el libro en los medios de comunicación más poderosos me parece fundamental.

­Umberto Eco suele viajar con un disco externo para su laptop, donde lleva la Enc ic lopedia Británica, por ejemplo, y otras obras monumentales de consulta. ¿Qué implica el hecho de que innumerables textos puedan caber en aparatos tan diminutos?
­Es una pregunta que permite profundizar las reflexiones sobre esta mutación tan fuerte de la era contemporánea. Los géneros enciclopédicos que se despliegan sobre colecciones enormes de volúmenes tienen una estructura ya fragmentada y segmentada. Es claro que la forma electrónica de su publicación representa una ventaja extraordinaria. En primer lugar, el objeto no tiene más que ver con estas paredes cubiertas de volúmenes de la enciclopedia; en segundo lugar, la búsqueda de una voz, de un artículo es inmediata; y en tercer lugar, la actualización de los datos puede ser también inmediata. Tres cosas que la enciclopedia en su forma clásica, impresa, no permitía. Un ejemplo sería lo que hoy se puede hacer con la enciclopedia de Diderot y D'Alembert (L'Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers ) como ellos querían; es decir, jugar con la relación entre una voz y otra, lo que permitía un efecto satírico, polémico, crítico y que cuando se trata de 17 volúmenes no es tan fácil. Mientras que en la actualidad, un click permite reconstruir toda la red de nociones que Diderot y D'Alembert querían armar. Al revés, la nostalgia sobre las enciclopedias clásicas tiene poco peso en relación con las posibilidades abiertas por la forma electrónica. Y aquí vemos cómo la estructura de estos géneros, que supone que la escritura se despliega en una continuidad, puede ser una continuidad narrativa, de reflexión, argumentativa, demostrativa. Si hoy se leen de la misma manera estos textos que fueron pensados como un todo, se está desafiando la naturaleza misma del texto electrónico y las prácticas que ello sugiere o impone.

­Esta revolución electrónica es una transformación permanente que también genera un mayor anonimato cuando el lector, el escritor, el editor, el traductor parecen perderse de vista....
­Ya lo vemos tal vez con las prácticas de algunos escritores de ficción cuando aprovechan la posibilidad electrónica para proponer un acceso gratuito, inmediato a múltiples documentos que acompañan el proceso de creación. Es decir que aquí hay una práctica que abre a una forma de apropiación colectiva. Y por otro lado, ellos siguen publicando en la forma más clásica, impresa, inclusive si paralelamente hay una edición electrónica. Pero entonces, se debería preguntar por qué surge esta tensión entre los textos de un autor que pueden circular por fuera del ámbito de la propiedad intelectual. Pero la nueva forma textual abre paso a textos "polifónicos", porque si el texto está abierto cada uno puede encadenar allí su propia contribución. Y en este sentido se producen textos escritos por varias manos y textos palimpsestos, en el sentido que el texto puede reemplazar uno ya escrito. Hay movilidad, maleabilidad, apertura que podría encarnar ese sueño de Foucault cuando hablaba de los discursos donde el nombre propio podría desaparecer, en el cual las palabras se podían ubicar en un flujo continuo que hace desaparecer la apropiación personal. Cuando Foucault lo planteó no había una realidad técnica que permitía este sueño a una escala importante mientras que hoy sí existe. Y al mismo tiempo, esta forma de pensar la textualidad está totalmente opuesta a las categorías que por lo menos desde la mitad del siglo XVIII han definido para nosotros el orden de los discursos. Es decir, la categoría de originalidad de la obra, de singularidad del autor, y de propiedad intelectual. Y en este sentido se ve que estamos ahora en un momento en que se buscan casi contradictoriamente dos cosas: aprovechar esta posibilidad que va a hacer desaparecer la apropiación personal y que va a organizar este flujo de discursos móviles y maleables; y por otro lado, mantener en la textualidad electrónica las categorías clásicas que definan una obra y de ahí a los procesos a propósito de la propiedad intelectual, la voluntad de proponer obras en forma electrónica en las cuales el lector no puede entrar, no puede modificar, no puede contribuir al texto; puede anotarlo, puede hacer muchas cosas con él, puede hacer su índice. Pero el texto se respeta como el texto del autor.

­Para un historiador, ¿cuáles son las ventajas y las desventajas de trabajar en esta era? Hay un acceso ilimitado a recursos y y bancos de datos, pero también se cuestiona estas fuentes...

Hoy existe el riesgo de la ilusión, dada la posibilidad infinita de tener acceso a una documentación que antes, o era imposible o se necesitaba recursos considerables para ir de archivo en archivo. De esta manera, las posibilidades de estudio, de control, de comparaciones, se multiplican, y en este sentido es una contribución fundamental a un progreso posible de la ciencia histórica. Mientras estos materiales históricos sean cada vez más accesibles, cada vez más se correrá el riesgo de una pérdida de la comprensión de su apropiación en su propio tiempo. Nosotros leemos el Quijote pero es un libro que existe a través de múltiples Quijotes que han leído o escuchado públicos del pasado. En este sentido es una contribución importante a una percepción de la historicidad de los textos porque se puede ver que no son lo que pensamos que son. Son múltiples, móviles, plurales. Pero se dan a leer en una forma que es la más lejana posible de la forma en la cual fueron publicados y apropiados por sus lectores del pasado. Una pantalla no es una página y todas las relaciones con lo escrito se modifican en relación con la forma de su publicación e inscripción.

­¿Cómo deberían actuar las bibliotecas en este contexto?
­Las bibliotecas que digitalizan libros deben mantener el acceso fácil a las colecciones impresas, y para un investigador, un historiador es importante ver cómo fueron utilizados los archivos, cómo fueron leídos los textos, encontrar la materialidad misma de los documentos. Entonces, no es una sustitución, es una complementariedad entre un trabajo que evidentemente hoy en día puede acercar la materia histórica de una manera más amplia. Y al mismo tiempo no debe hacer olvidar que si la historia es fundamentalmente la comprensión de cómo los actores del pasado, los poderosos o los más humildes, entendían, producían, recibían discursos o imágenes. Debemos acercarnos también a la forma en la cual podían apropiarse de estos discursos. Y de ahí aparece la justificación de mantener prácticas más clásicas o instituciones que se dedican a la conservación y comunicación del patrimonio escrito o iconográfico en el seno mismo del mundo digital.

­Bourdieu se preguntaba qué es un escritor y usted lo parafrasea preguntando qué es un historiador. ¿Qué respuesta halló?
­ Para mí se define a partir de los criterios más técnicos del trabajo histórico. Es decir, la plasmación de una pregunta y la construcción de un objeto; el pasado en sí es un objeto histórico construido por el historiador. Entonces en la primera etapa no se debe pensar que el pasado en sí se da como objeto histórico, se debe definir un cuestionamiento, construir el objeto y definir las fuentes que pueden permitir contestar esta pregunta. Y a partir de esta situación, del punto de partida, definir las técnicas de la investigación, que son múltiples. Y finalmente aceptar los criterios de prueba que pueden controlar un discurso histórico en un momento dado en una comunidad dada. Es a partir de los requisitos técnicos heredados de la gran tradición crítica desde finales de la Edad Media pasando por la universidad alemana del XIX y hasta las técnicas más modernas de la investigación histórica que se define un historiador. Y a partir de este momento se corresponde esta definición con el trabajo historiográfico que se hace en las universidades o en los centros de investigación. Pero hay historiadores que nunca fueron miembros de la comunidad académica y que trabajan con estos criterios que los distinguen de una otra forma de historia más intermediaria entre una ficción histórica y un trabajo científico. En Francia, Philippe Ariès, que recién uno o dos años antes de su muerte fue miembro de una institución académica, es un historiador tan destacado como muchos otros profesionales. Entonces, me parece que no es el criterio institucional que define el historiador, sino el respeto de esas reglas.

­¿Qué papel juegan los lectores y los medios de comunicación en la legitimación del historiador en particular y de los intelectuales en general?
­Podrían jugar papeles muy ambiguos y contradictorios; porque si respetan esta definición del orden de los discursos, una tarea fundamental sería mostrar que evidentemente una novela histórica puede ser más placentera que un texto de un historiador, pero que el aporte de conocimiento es diferente. Me parecen importantes e interesantes los periódicos o las revistas que desempeñan el papel de mostrar, de presentar libros, inclusive aquellos que, los lectores que no son particularmente apasionados en el tema, no van necesariamente a leer. Pero a través de esta mediación saben que hay un tema que fue abordado de una manera original, y el papel es permitir el acceso a un trabajo científico. Me parece que algunas veces la circulación de los libros de historia y de otras ciencias sociales, tuvieron en los 70, 80, la idea de que todos los libros se dirigían a todo el público, lo cual no es verdad, porque en un libro de lingüística hay un lenguaje técnico que conservar y el lector va a entender inmediatamente, si no está interesado en este campo particularmente, que puede aprender algo a través de la mediación. En este caso me parece que es una tarea muy noble y siempre me decepciona cuando se subestima la conciencia de esta tarea de mediación de la prensa. Algunas veces puede darse un efecto inverso, cuando el trabajo no está hecho de manera correcta y entonces crea confusión, y Francia también es especialista en la producción de falsos intelectuales.
Entrevista de Héctor Pavón para revista Ñ 13 de julio de 2010

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